¿Qué es lo más fascinante de este cortometraje? No es una pregunta fácil de responder. Quizá sea la manera de enfrentarnos a nuestras propias contradicciones: Ana cuenta un recuerdo, borra el mensaje de audio, vuelve a contar otro y el sentimiento ya se ha transformado para pasar del cariño al rencor, de la tirria a la admiración. Quizá sea la presencia de Bruna Cusí que llena de matices y emociones inesperadas cada uno de sus gestos. O quizá sean la elegancia con las que la cámara captura la melancolía que nos queda tras revelar un secreto. Pablo García Canga hace sencillo lo más difícil: filmar los sentimientos. La delicadeza de este joven cineasta (quien ha escrito un libro sobre Yasujiro Ozu y participado en libros colectivos sobre grandes cineastas como Cukor, Erice o Viota) deja claro por qué ya se han realizado retrospectivas de su obra en Argentina, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid o en la Filmoteca de Cataluña y por qué es —y será— uno de los grandes nombres del futuro del cine español.