Exponente singular de lucha y recuperación de la memoria, el cine palestino ha acompañado y visibilizado las odiseas existenciales de su pueblo, mostrando siempre un carácter enérgico e innovador. Generación tras generación, sus cineastas han indagado en las fracturas de una historia trágica sin caer en el victimismo. Por el contrario, sus películas despliegan una vitalidad inquebrantable, a menudo mediante propuestas estéticas originales y con un uso del humor tan insólito como necesario dadas las condiciones de inestabilidad y precariedad en que se crean.

No fue hasta los años ochenta cuando el cine palestino comenzó a articular su identidad con cierta estabilidad, con Michel Khleifi como figura clave. A su estela llegaron voces esenciales y combativas como las de Rashid Masharawi o Elia Suleiman, capaces de construir relatos íntimos con estilos inconfundibles.

En la última década, el cine palestino ha experimentado una transformación profunda. Hasta entonces, las películas se situaban casi siempre en un presente urgente, sin espacio para la memoria ni para el futuro. Hoy, en cambio, emerge con fuerza la necesidad de preservar la imagen y la Historia, tan amenazadas como las propias vidas de quienes las filman.

A pesar de la ocupación, de la violencia constante y de los intentos por borrar sus recuerdos, el florecer del cine palestino continúa con una vitalidad imparable.